HISTORIA

Lo veías en la plaza de la empresa, siempre llegaba el primero y se iba el último.

«Si quieres que los empleados lleguen a tiempo, debes demostrarles que la norma es para todos».

La empresa era su casa, el trabajo era su entretenimiento y los hombres que trabajaban para él eran como sus hijos, eran «sus chicos».

Lo veías en la plaza de la empresa sin importar el clima: él se quedaba ahí, quieto, pero la mente ya estaba en otro lugar, viajando con la próxima carga.

No había lugar que no se pudiera alcanzar, no había obstáculo que no se pudiera superar.

Si lo veías molesto, había un reproche que hacer, algo que rectificar.

Era orgulloso, determinado y creía en los sueños: si quería algo, había que hacerlo a su manera.

Su lado frío solo se derretía delante del escritorio de su mujer: su rigor le devolvía a la tierra, dentro de los límites de la empresa.

Somos la nueva generación.

Todos los días intentamos merecernos lo que hemos heredado: no solo una empresa, sino los principios, los valores y las costumbres del fundador.

No importa si para algunos de nosotros era el marido, el padre o el jefe.

Todos le debemos a Porro Pasquale lo mejor de lo que hacemos en la empresa.

Y todos tenemos el mismo lamento: no vivió lo suficiente para ver florecer lo que él sembró.

A veces, cuando firmamos un nuevo contrato en la empresa, parece como si Porro Pasquale todavía siguiera ahí, a nuestro lado, para decirnos que estamos haciendo lo correcto. Siempre en marcha como a él le habría gustado.